El desafío de los 30 días – día 1

Este año, por primera vez, he decidido apuntarme al Desafío de los 30 días que organiza, por tercer año consecutivo, Trasgotauro. Lo vi la primera vez en su primera edición, lo seguí en la segunda y me he animado en la tercera. La pregunta es, ¿soy un valiente o un suicida? A decir verdad, creo que mi mayor defecto es que tengo tendencia a meterme en mil proyectos a la vez y siempre, por A o por B, o me saturo o las voy prolongando para acabar terminándolas pasado más tiempo del deseado.

Es por esto mismo por lo que he decidido hacer el Desafío, porque de este modo me obligo a escribir todos los días y así cojo un ritmo que me vendrá bien para llevar a cabo todos aquellos frentes que tengo abiertos a la vez, que no son pocos.

Dicho este prolegómeno, paso a la pregunta del día 1.

Teniendo en cuenta únicamente tu experiencia en partidas medievales fantásticas… ¿qué partida, situación, momentazo, te hizo quedarte en plan “¡ostias!”, te descubrió el mundo, dijiste “¡Oh!”, flipaste con el giro argumental…?

Mis partidas medievales fantásticas se han limitado en su mayoría a jugar a Dungeons & Dragons y dirigir MERP, Rolemaster y, actualmente, Pathfinder.

Durante mis años de instituto jugabamos todos los domingos, lloviese o hiciese sol, nevase o helase, hubiese exámenes o no. En cierto modo añoro aquellos años mozos en los que podíamos darle una buena continuidad a las partidas. Algunos jugadores estuvieron en el grupo de forma pasajera, otros hemos continuado hasta la fecha.

El momento que me hizo decir ¡ostias!, fue jugando una larga campaña de AD&D en la que llegamos a un reino en el que había ciertos problemas maritales dentro de la realeza. El rey tenía en mente unificar su reino con el reino limítrofe, para ello había pactado con el rey vecino casando a su hija con el príncipe del otro reino. Ciertas desaveniencias entre los regentes de ambos reinos causó que, estando ya avanzados los preparativos para la ceremonia, el rey del reino en el que nos encontrábamos decidió anular el matrimonio y cancelar todo plan de unificación de los reinos.

Lo que no sabían ambos regentes es que el príncipe tenía diferentes planes, su intención era casarse con la princesa sí o sí, sin importarle lo que digesen sus padres o los de la princesa. ¿Y que haces si quieres casarte con la princesa pero ni sus padres ni los tuyos ni, posiblemente la propia princesa, quieren? Lo más lógico, la secuestras. Y eso es lo que hizo el susodicho príncipe creando un conflicto diplomático que amenazaba con terminar en una guerra.

Demostrada previamente nuestra valía en el reino, el rey y la reina nos convocaron para intentar rescatar a la princesa. Esto nos llevó a hacer un viaje para hablar con el otro rey y convencerle de que liberasen a la princesa. Las negociaciones se estaban tornando duras, por más que le pedíamos al rey, la reina y al príncipe que dejasen marchar a la princesa, estos no daban su brazo a torcer. Ni siquiera explicándoles que el conflicto diplomático estaba a punto de llegar a más y que su reino vecino estaba preparando ya los ejércitos, cedían a nuestras súplicas.

Y fue en ese preciso momento cuando sucedió. Uno de los personajes, el elfo, se adelantó a los demás y le dijo al rey – Eeeeh, que liberes ya a la guarra de la princesa –.

Nuestros ojos se salían de las órbitas, no nos creíamos lo que acabábamos de oir. Al parecer el rey tampoco y esto fue lo que hizo que diesemos con nuestros huesos en los calabozos del castillo cada uno en una celda distinta.

Pero la cosa no termina ahí. Estando en prisión, al llegar la noche, el clérigo decició utilizar su hechizar persona para hacer que el carcelero le liberase. Todos dábamos palmas pensando que lo siguiente que haría sería liberarnos a todos. Su nuevo amigo, el carcelero, abrió a una orden suya la celda del elfo. Así el clérigo dió una paliza al elfo y, dejándolo medio moribundo, volvió a su celda y se echó a dormir.

Supongo que no hace falta explicar la cara de gilipollas que se nos quedó a los demás al ver que no nos liberaba de nuestra prisión.